Cuando delegamos el pensar en la máquina, olvidamos pensar en el otro
Hay algo extraño en cómo tratamos a los demás cuando la máquina está entre nosotros.
El correo se vuelve más cortante. La respuesta más rápida. La empatía, opcional.
Porque la IA puede escribir más rápido, asumimos que todos deberían responder más rápido. Porque puede generar contenido sin esfuerzo, olvidamos que del otro lado hay alguien que todavía siente el peso de cada palabra.
Ahora solo dictamos. Soltamos el pensamiento crudo, sin filtro, sin ese momento incómodo de organizar las ideas antes de decirlas. Y le pedimos a la máquina que haga el resto.
Pero ese momento incómodo era importante.
Era donde realmente pensábamos en la otra persona. Donde nos preguntábamos: ¿cómo sonará esto? ¿Qué necesita escuchar? ¿Estoy siendo justo?
La tecnología no nos hizo menos humanos. Pero nos dio la excusa perfecta para saltarnos el trabajo de serlo.
Cuando le pedimos a la IA que tome nuestros pensamientos desordenados y los convierta en algo presentable, no estamos delegando escritura. Estamos delegando la decisión de qué decir realmente. De cómo queremos ser escuchados.
Y sin embargo.
Comunicarse nunca fue cuestión de solo transmitir. Es un diálogo. Y para eso se necesitan dos.
Dos personas dispuestas a hacer el trabajo incómodo de traducir su interior al mundo exterior. De elegir, de pausar, de reconsiderar.
La máquina puede simular respeto. Puede generar las palabras exactas que suavizan cualquier conflicto. Puede formatear nuestras disculpas y optimizar nuestro agradecimiento.
Pero el respeto real comienza mucho antes de las palabras finales. Comienza en ese espacio donde organizamos el pensamiento, donde filtramos lo impulsivo, donde decidimos conscientemente qué versión de nosotros queremos ofrecer.
Cada vez que saltamos ese proceso, le estamos diciendo a la otra persona algo claro: tu tiempo no vale mi esfuerzo.
La pregunta no es si la IA puede ayudarnos a comunicar mejor.
La pregunta es: ¿seguimos creyendo que la persona al otro lado merece que hagamos el trabajo de pensar en ella antes de hablar?
Porque ese trabajo es donde vive el respeto.
Y ninguna máquina puede hacerlo por nosotros.